Él no era la primera vez que realizaba un trabajo como aquel, ella si, pero él se sentía como
si fuese el primero.
Él: Nunca había visto tanta sensualidad, tanta dulzura...
junto con el bello color que le da el pudor de la inocencia.
junto con el bello color que le da el pudor de la inocencia.
Me sentía prendado por ella. Quería verla por todos los ángulos y de todas las formas,
sin que ella se sintiese más que observada.
Tras el objetivo de mi cámara me pierdo en el baile de sus cabellos morenos
por las ondas de aire que emite el ventilador
y me ruborizo al ver su pálida piel y sus bellas formas dibujadas bajo aquellas gasas blancas.
Agradecí estar detrás de mi objetivo y poder mantener la distancia,
perfecta en todos sus sentidos, por su virtud,
porque si me dejaba llevar... no sabía que podía ocurrir.
Me sentí ahogar en el océano azul de sus ojos que me miraban pidiéndome respeto.
Me sentí comer por sus labios, finamente carnosos... mientras me quedaba sin aliento.
Y sentí celos de aquella gasa blanca, que resbalaba por su piel desnuda, caprichosa y juguetona...
Agradezco la distancia que me hace separar el hombre que soy del fotógrafo que llevo dentro.
Ella: Era la primera vez que hacía algo así, él seguramente estaba muy acostumbrado
a ver chicas como yo, posiblemente mucho mejores.
No sé muy bien que tenía pero me hacía estremecer... sabía que me estaba mirando tras aquella cámara, que cada milímetro de mi piel
estaba expuesta a su objetivo y tras él, a su mirada. Embelesada por su actitud,
mostrándose profesional mientras yo me desnudo ante sus ojos
y él manteniendo la postura como si nada.
Cada vez que cambiaba de ángulo me hacía ruborizar al pensar qué querría resaltar de mi cuerpo...
mientras la melodía de sus voz bailaba por las ondas de aire que emanaba el ventilador
y me indicaba.
Sus manos se aferraban a la cámara con dulzura y en cada disparo sentía como si ellas me tocaran.
Agradecí tener que respetar la distancia, virtuosa en ese instante, para que el trabajo saliese,
pues si lo tuviese cerca... no sabía que podía ocurrir.
Cada vez que su boca me daba alguna indicación,
yo me perdía en le movimiento de sus rosado labios.
Y en su mirada sentía como un punto de atracción que me incitaba a seducirle.
Y mientras me miraba, mi piel se ruborizaba bajo la blanca gasa que la cubría.
Agradezco la distancia que me hace separar a la mujer que soy de la modelo que llevo dentro.
¿Pero qué pasa cuando el trabajo está terminado? El fotógrafo deja de ser fotógrafo cuando suelta su cámara y la modelo deja de ser modelo cuando ya no tiene que posar ante ella. Y es entonces cuando salen el hombre y la mujer que llevan puestos, guardando en sus adentros los profesionales que eran. Y es ahora cuando no hay barreras, cuando la distancia no tiene fronteras.
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