Mi rincón creativo.

Bienvenido a mi blog llamado: "Mi libro en blanco".
Me presento, mi nombre es Verónica Orozco García, aunque también me puedes conocer bajo el seudónimo Orgav. Soy amante de todo lo creativo: fotografías, ilustraciones, manualidades... Así como la escritura. Me apasiona moldear las palabras junto con los sentimientos para crear historias, eso sí, para todo tipo de lectores, pues me considero una escritura versátil.. Digamos que soy de ese tipo de personas que sueñan despiertas.
Aquí, en mi rincón, podrás encontrar una muestra de todo ello, espero lo disfrutes. Saludos.

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viernes, 25 de mayo de 2012

Gabriela y el soldadito de plomo



              Gabriela y el soldadito de plomo (mi versión Orgav)


- ¿Qué haces Gabriela?- gritaba Mario desde la puerta de su cuarto- ese juguete es mío y no debes cogerlo ¡¡Mamaaaá Gabriela está tocando mis cosas!!

Esta era la frase que todos los días se escuchaba en la casa.  Mario era muy receloso de sus juguetes y jamás dejaba que Gabriela los tocase y si le dejaba algo  era porque a él no le servía para nada.
- Gabriela, ese camión sólo lo podrás coger cuando tengas siete años y el tren cuando tengas siete años  también- decía Mario señalando sus juguetes a su hermana.
- ¿Y las motos?- preguntó Gabriela
- Cuando tengas siete años.
- ¿Y el coche de bomberos?- insistía la niña
- Cuando tengas siete años.
- ¿Pero y los soldados? ¿tienes muchos?- cuando tengas... - y Mario se paró por un instante a pensar y dijo- cuando tengas siete años.
- ¡¡Jolines, pero si sólo falta un  día!!- dijo Gabriela
- ¡¡Ah, pues son mis cosas y son mis normas!!- le dijo el niño.
Gabriela se marchó a su cuarto, estaba muy desilusionada. No entendía muy bien porque tenía que tener siete años para  poder jugar con las cosas de su hermano, ¿pero que diferencia hay? se preguntaba y entonces sacó su cajón de juguetes y empezó a buscar con que jugar.
Al día siguiente, la mamá de Gabriela la despertó  muy contenta, llevaba un  gorrito en la cabeza y un pito en la boca:
- ¡Pii, pi, piiiiii! ¡¡Gabriela, arribaaaa! ¡¡Feliz cumpleaños!!- gritaba su madre con un  tono cantarín.
Gabriela se despertó con todo aquel ruido. En principio no se dio cuenta de lo que significaba pero  pronto recordó  que cumplía siete años y que aquello le daba vía libre para usar los juguetes de  su hermano. Ese era su mayor deseo.  Así pues,  se puso de pie encima de la cama y empezó a saltar de alegría mientras gritaba:
- ¡¡Es mi cumpleaños, es mi cumpleaños!! ¡¡ Ya tengo siete años!!
Entonces su madre la cogió, se la montó a hombros y salieron corriendo juntas hasta la cocina donde le esperaba su  desayuno preferido.
- ¡ Y para desayunar tortitas con mucho sirope! - le dijo su madre.
- ¡¡ Qué bien, mis favoritas!!- gritaba la niña muy contenta.
Por la tarde, al salir del colegio, su madre le había preparado una tarta para celebrar su cumpleaños con la familia.
- Bueno Gabriela, aquí tienes tu tarta. ¡ Ya tienes siete velas! - dijo la madre-  cariño,  piensa un deseo, coge mucho aire y sopla fuerte, si apagas todas las velas... ¡¡ tu deseo será cumplido!!- le dijo.
Gabriela pensó en su deseo. Deseaba  poder jugar con los juguetes de su hermano o  que le dejara alguno.  Así pues, pensó en su deseo con todas sus fuerzas, llenó sus pequeños pulmones de aire y sopló todas la velas.
- ¡¡Muy bien, hija!! ya sabes que tu deseo se va a cumplir, espero hayas pedido algo bueno- le dijo la madre.
Mientras se comía su trozo de tarta no hacía más que pensar si su deseo se había cumplido... así que cuando terminó de comer le dijo a su hermano:
- Mario, ¿sabes qué? ya tengo siete años- dijo Gabriela.
- Si, pero yo tengo 10 y soy mayor que tú- respondió el niño de modo impertinente y si entender lo que su hermana le estaba diciendo.
- ¿Vamos a tu cuarto a jugar? ¡¡Por favor!- suplicó la niña a su hermano
- Vale.
Y los dos niños se fueron corriendo a jugar al cuarto. Cuando Gabriela llegó,  lo primero que hizo fue coger el camión de bomberos, pero Mario le gritó:
- ¿Qué haces Gabriela?
- Jugar con el camión de bomberos, ya tengo siete años....- dijo la niña.
Mario se quedó pensativo, no se acordaba  que su hermana ya tenía siete años y que ya podía jugar con sus cosas, así que tenía que pensar en alguna escusa para impedírselo.
- Esta bien, puedes jugar con mis cosas pero sólo las que yo te dé, tú no cojas nada sin mi permiso. Además, la mayoría de los juguetes son para niños mayores de ocho años y tu no los puedes coger.
Mario pensó que tenía que hacer algo, si Gabriela  se enfadaba y se ponía a llorar, su madre  le castigaría. Recordó que tenía algún juguete por ahí que no usaba. Pensó en  darle aquella moto que se le había quitado las pegatinas, pero estaba seguro que algún día jugaría con ella. ¿Y si le dejaba algún coche de los que le faltaba una rueda...?  pero pensó que no porque en su cumpleaños quería que le regalaran un taller de coches y quizá lo usaría. Entonces se acordó de algo, fue corriendo al armario y sacó la caja de soldados. En la caja había  muchísimos y eran todos iguales, eran plomo y con sus trajes azules con una banda roja que les cruzaba por el pecho y el fusil al hombro. Gabriela  al verlos fue a coger uno pero su hermano no le dejó y le inquirió:
- ¡Te he dicho que sólo puedes tocar lo que yo te deje!
El niño se puso a buscar en la caja y entonces lo encontró. En su mano tenía un soldado  con los colores de su traje muy vivos y al  que le faltaba una pierna,  a Mario no le gustaba  y nunca jugaba con él. Decía que aquel soldado era un estorbo porque  siempre tiraba la formación. Mario decidió que aquel soldado era lo que le iba a dejar a su hermana para jugar.
- Toma, aquí tienes, te doy este soldado para ti  pero no puedes coger ninguno más ni ninguna otra cosa- de dijo.
- ¿Me lo das para mí?- preguntó la niña muy contenta y a su vez sorprendida.
- Si, pero todos los demás juguetes son para niños mayores de ocho  años así que no puedes coger nada más.
Gabriela se puso muy contenta, era un soldado precioso y  le encantaba los colores tan brillantes que tenía, estaba reluciente a diferencia de los demás.
- ¿Y porqué no juegas con él?- le preguntó Gabriela a su hermano.
- Porque tengo muchos y ese lo tengo repetido- dijo Mario escondiendo la verdad. No quería que su hermana supiese que no lo usaba porque estaba roto.
- Pues vale- dijo la niña- muchas gracias hermanito- y Gabriela se acercó a su hermano y le dio un beso.
- ¡¡Buagg, no hagas eso!!- dijo Mario mientras se limpiaba con el brazo- ahora déjame y vete a jugar a tu cuarto.
La niña estaba muy contenta, pensaba que su hermano era muy generoso por darle aquel soldado. Se pasó todo el resto del día con él en las manos, se lo llevó a todas partes e incluso al baño, lo puso en el filo de la  bañera  donde no se mojase  para que no se estropeara, después lo guardó en el bolsillo de su bata como si fuese su casa, en alguna ocasión abría el bolsillo y le decía: ¿Estás bien soldado? ¿te gusta tu casa? y  volvía a taparlo. En la cena se sentó en su sitio  y sacó el soldado  del bolsillo dejándolo tumbó cerca de su plato, su madre lo vio y le preguntó:
- ¿Qué tienes hija?
- Es un soldado, me lo ha dado Mario- dijo la niña.
- ¿Y se encuentra bien? - le preguntó su madre refiriéndose a la pierna.
- Claro mamá, esta muy bien, ¡somos amigos sabes!- dijo la niña
Cuando Gabriela se fue a dormir decidió que tenía que buscar un sitio privilegiado para aquel soldado. En la mesita de noche la niña tenía sus juguetes favoritos, un pony, una estrella que se iluminaba al apretarle un botón y una caja de música. La niña intentó poner al pequeño soldado en pié junto a las demás cosas pero éste se  caía. Pensó que sería una buena idea  montarlo en el pony pero al faltarle una pierna, el pobre soldado se caía. Volvió a intentar  ponerlo en pié, aguantó unos segundo en equilibrio pero volvió a caer.  Entonces la niña lo dejó tumbado y se puso a pensar en lo que podía hacer. De pronto se le ocurrió una gran idea, abrió la caja de música, dejó que la bailarina girara hasta terminar toda la música y cuando se acabó dijo:
- Hola Valentina, ¡qué bien has bailado! cada vez te sale mejor- dejo la niña a la bailarina- te he traído un amigo, es un soldado y he pensado que podía quedarse contigo- dijo Gabriela mientras metía al soldadito de plomo en la caja.
La bailarina  tenía un vestido rosa con una banda azul que le cruzaba por el pecho y tenía una estrella plateada. En el pelo llevaba un gran moño  adornado con una cinta rosa del mismo color que el vestido. La bailarina se mantenía en un sólo pie, el otro lo tenía levantado hacia atrás escondido bajo el vestido y tenía los  brazos extendidos uno a cada lado. Gabriela pensó en usar  uno de los brazos de la bailarina como apoyo, lo encajó en un hueco que había entre el cuello del soldado y el fusil y comprobó que la idea había sido buena, el soldado se quedó en pié.  La niña se quedo mirando la pareja y entonces dijo muy contenta:
- ¡¡Qué bien estáis  juntos!!- y empezó a reírse mientras se metía en la cama.
 Gabriela se quedó dormida muy pronto, el día había sido largo y muy divertido pero estaba agotada. Aquella noche  tuvo un sueño muy bonito sobre  el soldado y la bailarina. Soñó que la caja de música se ponía en funcionamiento. La bailarina  y el soldado  empezaron a bailar juntos al son de la música  mientras se miraban muy contentos y sonreían. Como gesto de su  amistad decidieron intercambiar sus bandas, la bailarina le dio al soldado su banda azul y el soldado la banda roja y se dieron un beso.
A la mañana siguiente Gabriela se despertó muy feliz al recordar el sueño tan bonito que había tenido y pensó en ir corriendo a contárselo a su madre. Se puso las zapatillas, su bata y se dispuso a salir corriendo pero al  cruzar junto a la mesita de noche vio  al soldado y a la bailarina juntos y  pensó que no podía irse sin darles los buenos días.
- ¡¡Buenos días Valentina y  buenos días soldado!!- dijo la niña muy contenta.
 Tras aquello, Gabriela se fue corriendo a hablar con su madre pero antes de entrar en la cocina notó que tenía algo en su brazo derecho, miró  su muñeca  y vio que tenía una banda de color azul y otra de color rojo, en una de ellas ponía las palabras "Gracias" y en la otra ¨"Secreto". Entonces Gabriela comprendió aquellas palabras,  no había sido un sueño.
"Gabriela había sido testigo de la gratitud de un muñeco que había pasado años en mano de un niño egoísta e incapaz de valorar las cosas pese a tener algún defecto".
Grabiela, entró en la cocina como si nada, se acercó a su madre y muy contenta le dijo:
- ¡¡Buenos días mamá!!- y se lanzó a su cuello para darle un gran abrazo.

FIN.

Escrito por Orgav (Verónica Orozco)

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