Mi querida Ariadna, mi amor, mi princesita.
Así te he llamado desde la primera vez que te
tuve en mis brazos y a día de hoy, a tus 34 años, te sigo llamando del mismo modo entre mis
letras. Mi princesita, me siento muy
orgullosa de ti.
Ayer, cuando te vi con la pequeña Irene entre
tus brazos, mil recuerdos vinieron a mi memoria. Sentí ese orgullo de madre que
jamás pensé que llegaría a experimentar y desde ese momento, vivo en plenitud.
En mi memoria quedará grabada para siempre la imagen de mi pequeña con su
pequeña, en su pecho desnudo, fundiéndose en un abrazo lleno de silencio y de
miradas, lleno de amor.
Mi querida Ariadna, en mi inmensa
alegría, no pude evitar mis lágrimas. Te dije que eran de alegría y emoción,
que lo eran, en su mayoría, pero también eran provocadas por otros motivos que
desconoces…
Mi amor, no soy la mujer fuerte y
valiente que tú piensas. Y aunque te he criado para que seas lo que eres, una
mujer con valores, una mujer leal, generosa, respetable, tenaz… en su día, más
o menos con tu edad, yo no era como tú.
A mis treinta años tenía una vida
muy acomodada, todo lo que quería, aquello que se me antojaba, lo tenía. No me
importaba mucho el sufrimiento de los demás, sólo mi propio sufrimiento. A mis
29 años me diagnosticaron cáncer de
útero. El dinero me permitió acceder a los mejores médicos y poder superarlo
sin mayores problemas. Pero el dinero no me pudo devolver lo que el cáncer me quitó, la
posibilidad de ser madre, de sentir una vida en mi vientre.
Sé que estas palabras no hacen
más que reafirmar tus pensamientos hacia
mí persona, pero no, mi princesa, no, no soy la mujer que tú piensas.
Aquel suceso de mi vida me
destrozó. Me sumergí en una depresión que casi me lleva a la muerte, me indujo
a la anorexia y en varias ocasiones, al suicidio. Por aquella época vivía con
el Dr. German Straws, “tu padre”. El era
un hombre generoso, dedicaba su vida, su tiempo y su dinero a los demás y como
a todos los ángeles de este mundo, la muerte pronto se lo llevó. Antes de morir
consiguió devolverme a la vida, me cuidó día tras días, me lavaba, me daba de
comer, me reñía cuando volvía a caer... Siempre
tenía una sonrisa para mí y alguna tontería que decirme para que yo sonriese,
¡Dios, cómo añoro tenerle a mi lado!
Unos meses antes de morir consiguió que entrase a trabajar en el hospital,
la idea era que empezara a motivarme y a entusiasmarme por la vida. Y así fue, el
Dr. German logró su propósito para mí, pero realmente desconocía cual era mi
motivación, el área de maternidad.
Todas las mañanas, cada vez que podía, me ausentaba
de mi puesto de secretaria, para ir a la sala de recién nacidos. Las enfermeras
que allí estaban se acostumbraron pronto
a mi presencia y me dejaban entrar a ayudar, lo mismo cambiaba pañales, que
daba biberones que acunaba entre mis brazos a alguno de aquellos pequeños.
Pero un buen día, un día que
jamás olvidaré, el 18 de septiembre de 1979, entró por las puertas una
enfermera con una pequeña preciosa, una niña angelical, de ojos marrones y grandes,
de abundante pelo oscuro, con su piel aterciopelada rosa y llena de ese olor a
vida.
Escuché a la enfermera decir que
su madre había muerto y continuó lamentándose por aquella criatura. Los
lamentos de aquella enfermera fueron música para mis oídos, el corazón empezó a
latirme con fuerza, mi cuerpo se inundó
de alegría… me sentía como cuando te enamoras por primera vez… o como cuando te
dan tu primer beso… No sé, quizás se
asemeje a lo que has experimentado tú, mi niña, cuando sabías que ya ibas a
tener a tu pequeña entre tus brazos…
Me fijé en el número que ponía en
la pulsera de la pequeña y salí corriendo a buscar al Dr. German Straws y le
comenté lo ocurrido incluyendo la confesión de mis escapadas al área de maternidad
y le dije que quería que fuese para mí. El Dr. German enloqueció al escuchar
mis palabras, sus manos se aferraban a sus pelos implorándome que no le pidiese
algo así, pero yo, como mujer egoísta que soy, usé mis lágrimas y mi dolor para
que aquella idea loca y descabellada, no fuese tan así. El Dr. German, sabía
que si accedía a mi petición, aquello sería el fin de su carrera y posiblemente de su vida, quizá yo también lo
sabía, pero como buena egoísta, no me importó.
No me preguntes cómo fue ni cuánto
dinero le costó mi capricho al Dr. German, pero
a la semana siguiente de tu nacer, ya estabas entre mis brazos, en mi
regazo…
Espero mi vida, que entiendas lo
que te estoy intentando decir y que sepas perdonarme. Sé que no viviré para
confesarte estas palabras, no tengo el valor ni la fuerza para decirte que un
día te compré sin importarme quien eras ni a quien pertenecías, ni siquiera si
había alguien detrás esperando tu llegada.
Mi egoísmo y el dinero me dieron para comprar tu muerte junto con la de
tu verdadera madre y como suplemento
pagué la perdida de mi gran amor, el sufrimiento y el remordimiento pararon el
corazón de Dr, German, “tu padre”.
A la vista de todo lo acontecido,
juré cerrar la boca y cambiar mi vida
para pasar desapercibida, me juré a mí misma que todo esto sería un secreto que me llevaría a la
tumba y que jamás te enterarías. Pero la vida, cariño, te da grandes lecciones,
y al ver nacer a tu pequeña, al ser consciente del verdadero amor que une a una madre con su bebé… la conciencia no me deja y me obliga a confesar
estas palabras que dejo escritas, eso sí,
no me acompaña el valor de dártelas en vida, quizás por no verte sufrir…
quizás por no sufrir yo por tu desamor y desprecio, como buena egoísta que aun
soy.
“Mamá”
PD.: Te quiere, te adora y te
ama, la mujer que un día compró su título de madre.
(ORGAV. Todos los Derechos
Reservados)
Precioso relato, por las palabras desnudas, degarradas por la sinceridad y la transparencia. Me ha encantado. Gracias por este regalo, pues te llega aún más hondo si eres madres, aunque, como en mi caso, no sea biológicamente sino por adopción; más la maternidad se aloja en lo más profundo del alma y no hay nada ni nadie que pueda arrancarste ese sentimiento.
ResponderEliminarGracias Asun. Mil gracias por pasar por mi rincón y leer mis letras. Me hace muy feliz que te haya gustado y llegado de donde nació, del corazón. Madre no es solo la mujer que da a luz, madre es la mujer que lo da todo, el corazón y el alma por una personita. Felicidades por ser así.
EliminarSorprendente...he disfrutado mucho con su lectura.
ResponderEliminarMuchísimas gracias Carmen, es un placer y un honor que haya pasado por aquí y le hayas dedicado tiempo a mis letras. Mil gracias. Saludos
Eliminar