Tengo que ser sincera,
ser justa con mi corazón.
Decirte que no pasa nada,
es, para él, de gran traición.
Lo que la vida un día nos regaló,
siento que, poco a poco,
nos lo quita.
¡Y yo que me había acostumbrado
a sentirte!
¡Qué adopté tus manos como mías!
Sí, tus manos,
aquellas que siempre han estado ahí,
las que han estado a mi lado
y con su fuerza me han levantado
cuando al suelo caía.
Las que han estado en mi espalda
cuando en algún momento sufría.
Las que han sujetado las mías
cuando me he sentído perdida...
Nuestras manos,
aquellas que entrelazamos con fuerza
cuando nos invadía la alegría.
Siempre he intentado ser fuerte para ti,
siempre he tenido consejos que darte,
siempre te he ofrecido mi hombro
para apoyarte.
He estado ahí, a tu lado,
como siempre estaré,
aunque el tiempo y otras cuestiones
al final nos separen.
Perdóname amiga, si un mal día
me canso de luchar,
perdóname si después de muchos años,
después de muchos momentos vividos,
al final nos ganan la batalla.
Mi consuelo es saber
que por mucho que nos ganen,
nunca tendrán lo que hay entre nosotras,
nunca se llevarán
lo que en nuestro corazón se aloja.
Sabes que jamás he apoyado
lo que yo llamo amistad relajada,
aquella en la que impera el tiempo
y la lejanía,
aquella en la que, a mi juicio,
todo termina.
Sé, por experiencia, que pasa factura,
que nos privará de compartir momentos,
muchos de ellos, decisivos en nuestras vidas.
Pero amiga, si esto es lo único
que hoy la realidad nos ofrece,
lo aceptaré como bien avenida.
Guardaré recelosa todos los recuerdos
y los sellaré con nuestras lágrimas
y nuestras risas.
Esperaré dichosa,
que volvamos a unir nuestros días,
que vuelvas a estenderme tus manos
para entrelazada con las mías.
Orgav.
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