-Esta va a ser la última vez, ¡Juro qué no volverá a ponerme una mano encima! Si lo vuelve a hacer ¡Morirá! ¡Le mataré con mis propias manos!
-¿Pero qué dice? ¡Usted no puede decir eso! Lo que tiene que hacer es denunciar, ya se lo he dicho otras veces ¡Denuncie! no se lo piense más, ¿qué espera?
-¿Qué espero? ¡Dios, sólo pienso en mis hijos! ¡Son muy pequeños y no quiero que sufran! ¿Sabe que sería de ellos si la gente se enterase de algo así? Simplemente en el colegio, serían la comidilla de todos. No puedo permitir que algo así les pase, debo protegerlos. Y sobre todo, el motivo principal es que no puedo dejarlos solos con una persona así, en cualquier momento les puede tocar a alguno de ellos.
-Insisto, de verdad, hágame caso, debe denunciar. Además, ¿Qué ejemplo les está dando a sus hijos? ¿Qué deben aguantar a una persona que les maltrate? ¿Qué deben someterse a esa persona? Eso no está bien ni para ellos ni para usted. El primer paso es denunciar y después explicar a sus hijos que eso tratos no deben darse a las personas y que no lo deben soportar de parte de nadie.
-Ya… entiendo lo que dice, de verdad que lo entiendo… pero no es tan sencillo, sinceramente, no lo es- hice una pausa y miré el reloj- En fin Laura, me voy. Tengo el tiempo justo para llegar a casa a mi hora, no debo retrasarme. Muchas gracias por escucharme y por el café y por favor, como siempre, no comente nada de esto ¡Por favor!
-No se preocupe, pero hágame el favor de pensar en lo que le he dicho, piense en ello ¿vale? Cuídese.
Dejé a Laura en aquel café y sin más dilación, cogí el autobús de las siete y cuarto, en un cuarto de hora estaría en casa. Me invadía una sensación de tranquilidad al pensar que estaba haciendo las cosas bien para no tener problemas y me permití el lujo de pensar en las palabras de Laura. Ella era una mujer de 68 años, compañera de trabajo. Estuvo con mi padre en la empresa y ahora trabaja conmigo, la conocí a los doce años, una buena tarde que vine a la oficina con mi padre. Laura es una persona generosa y siempre me ha brindado su ayuda para todo lo que necesitara, por ello su apoyo es para mí fundamental, para así poder seguir adelante con todo, por muy duro que sea. Ella es la única persona en este mundo a la que me he atrevido a contarle todo lo turbio que hay en mi vida y sus palabras, sus consejos, sus abrazos… me hacen sentir bien, me recuerda a mi madre y la necesito.
Casi sin ser consciente, he llegado a mi parada, ¡Gracias a Dios que no me la he pasado!, la última vez que ocurrió, me retrasé y cuando llegué a casa recibí una soberana paliza, ¡Dios, sólo de recordarlo se me estremece el cuerpo! Me bajo en la parada y allí está el portal, al verlo me invaden los nervios. Siento la necesidad de santiguarme pero no lo hago, ¡Qué vergüenza! hay gente alrededor… Automáticamente, siento el habitual dolor en mi estómago, como si algo por dentro se anudara. El frío se mete en mi cuerpo de tal modo que casi no puedo andar, siento como se tensan todos los músculos de mi cuerpo. Intento respirar pero casi no puedo. Entro en el portal y mientras camino hacia el ascensor, siento que me empiezo tambalear.
-¿Se encuentra bien?- escucho mientras noto como alguien me agarra por los hombros.
-¡Eh! Sí, no se preocupe, me he mareado un poco.
-¿Quiere que le acompañe?
-¡Oh, no, gracias! Es muy amable pero no se preocupe, esperaré a que se me pase.
Dejé que subiera él primero y me quedé en el rellano del portal esperando calmarme. La verdad es que no pude evitar en pensar en aquellas palabras ¿quiere que le acompañe? Quizá hubiera sido buena idea que alguien me acompañara… De pronto recordé el reloj, lo miré y aquello fue lo que me trasmitió tranquilidad, aún faltaban dos minutos y para mi suerte, ya estaba prácticamente en casa. Hoy no iba a tener problemas, todo había salido bien, no había motivo alguno para que me pegara. Aquel pensamiento me hizo sonreír por un instante, abrí el ascensor y entré y mientras subía al quinto piso, me imaginé entrando en casa y recibiendo el abrazo de mis hijos y sus besos, nos pondríamos a jugar un rato en el salón antes de empezar con las rutinas del baño y la cena.
Con aquella bonita imagen llegué a la puerta de la casa, la abrí con una sonrisa en la boca y dije ¡Ya estoy aquí cariño! Y tras aquello escuché un correteo por el pasillo, pensé que sería alguno de los niños y me arrodillé con los brazos abiertos para recibirlo pero para mi sorpresa no era ninguno de ellos…
-¡Cabroooooón!- gritaba mientras venía hacia mí corriendo como una loca- ¿Dónde has estado? ¿Dóndeeeeee? ¡He llamado a tu oficina a las seis, a las seis en puntooooo! ¡Hijo de puta! ¿dónde estabaaaas? ¡La gilipollas de tu secretaria me dijo no estabas, que ya habías salidoooo! ¡Hijo de puuuuutaaaa!- gritaba mientras me golpeaba una y otra vez.
De pronto dejé de escuchar nada más, aquella bestia de mujer me golpeaba con toda su rabia con un bate de béisbol o algo así, no acerté a ver que era. Cuando quise levantar la mirada lo único que vi fue la incisiva mirada de mis hijos al final del pasillo, sus pequeñas cabecitas asomaban tímidamente por la esquina. En sus caras se podía leer el miedo de lo que allí estaba sucediendo, entonces recordé las palabras de Laura, aquellas viejas palabras sabias, ¡Cómo me hubiera gustado haberle hecho caso! Pero ya era tarde… De pronto sentí que ya no sentía nada, que no podía respirar, que mi visión se había nublado hasta oscurecerse… De pronto, simplemente sentí frío.
Escrito por: Orgav ( Verónica Orozco García)
Todos derechos reservados por el autor.
Foto adquirida en Google.
La violencia no tiene género, la violencia está mal ejercida venga de quien venga aplicada. No maltrates, NO TIENES DERECHO, dialoga.
ResponderEliminarLa realidad sumergida, muchos hombres también son maltratados, LA VIOLENCIA NO TIENE GÉNERO, hay también muchos hombres que sufren psicológicamente y en silencio como muchas mujeres...
ResponderEliminarUn buen relato...
Con este relato quiero hacer llegar al lector la impotencia que genera el día a día de una persona que está siendo sometida y maltratada por otra, el sufrimiento interior que mantiene tanto por su vida y por las de quienes le rodea.
ResponderEliminarCon este relato digo: NO AL MALTRATO DE LAS PERSONAS.