- ¡Adiós Manolo!
- ¡Ey Antonio!
- ¡Qué bien te veo!
¡Tienes buena compañía!
- Si, mira, aquí con
mi amigo Pepe. De comprar alpiste venimos.
- Bueno Manolo, me
alegro verte, que sigas igual de bien.
- Venga Antonio, nos
vemos.
Aquella mañana Manolo
estaba muy silencioso. Durante el camino de regreso a casa no medió
palabra, era raro en él, siempre tenía algún tema que tratar, algo
que debatir... pero esta mañana no dijo ni media palabra.
Pronto llegamos a casa.
Yo me quedé en el jardín trasero tomando el sol. Las mañanas de
Julio son muy agradables, el sol calienta pero no aprieta hasta que
llegan las 11 de la mañana. Pensé que Manolo se quedaría conmigo
un rato como hacía cada mañana, pero hoy no ha sido así. De vez
en cuando le llamo esperando alguna respuesta pero nada. Algo me
alerta un poco más del estado de Manolo. La bolsa de alpiste la ha
dejado encima de la mesa, ¡qué extraño! Manolo es un hombre de
costumbres fijas, no hay quien le cambie el paso. Todas las mañanas
al levantarse lo primero que hace es lavarse las manos y la cara,
peinarse e ir a servir el alpiste en los comederos y asegurarse de
que el bebedero tiene agua, después comienza su ritual de vida.
Me dispongo a llamarle
nuevamente cuando al instante lo veo aparecer por la puerta.
- Hola Manolo, me
tienes preocupado, te he llamado varias veces...
Pero Manolo no contesta.
Viene cabizbajo, con la cabeza gacha. Trae su ropa de andar por casa,
unas bermudas grises gastadas y una camiseta interior blanca sin
mangas. Viene con paso lento, arrastrando las zapatillas. Trae
consigo una fotografía en las manos, es Cristina su difunta mujer.
Ha estado llorando.
- Cristina, ¡qué
sólo me has dejado!
Cristina hace un años
que murió, estaba muy enferma , tenía cáncer y un día su cuerpo
no pudo soportarlo más, sus órganos dejaron de funcionar en cadena.
Manolo se había dedicado a ella en cuerpo y alma. Las veinticuatro
horas del día eran para ella. Había sido su manos y sus piernas.
Él jamás se quejó. Pero desde que ella se fue los días eran
largos sin tener mucho que hacer.
- ¡No estás sólo
Manolo! Me tienes a mi, somos amigos desde hace mucho tiempo.- le
digo con la intención de animarle.
Manolo levanta por un
instante la mirada y la dirige hacia mí, me ha escuchado...
- Si, ya lo sé Pepe,
sé que tu estás aquí... ¡Pero Cristina era mi amor... y
ahora...!
Manolo se derrumba en
lágrimas agarrando la foto de Cristina. Es triste ver a un hombre
llorar de ese modo, en realidad es triste ver llorar a cualquier
persona así, llorar por amor, llorar por dolor en el corazón... La
verdad es que he visto llorar muchas veces a Manolo, hemos
compartidos muchos momentos de pena pero hoy le notaba diferente.
- Pepe, ¡si tu la
hubieras conocido! ¡Era la mujer más guapa del mundo! ¡Dulce
como la miel, tierna... era toda bondad!- comenta entre lágrimas-
¡pero yo estaba tan cansado...! ya no podía más, todos los días
tirando de ella, todos los días haciendo todo lo que me dijese,
llevándola de un lado a otro... ¡y las noches! ¡No pude evitar
el desear que se fuese! ¡Estaba agotado!- llora amargamente
mientras se levanta y se vuelve a marchar.
Esta conversación la
hemos tenido en varias ocasiones, yo siempre le digo lo mismo, que
estoy aquí, a su lado, que no le voy a dejar, que no está solo. He
intentado por todos los medios animarle, siempre dentro de mis
posibilidades, pero hoy Manolo no está como otras veces, hoy no me
escucha.
La mañana avanza y el
sol aprieta, deben de ser las once. Hace rato que Manolo no aparece
por el jardín. Me percato que la bolsa de alpiste sigue aun encima
de la mesa y que empieza a hacer demasiado calor.
- ¡Manolo!
¡Manoloooo!- le llamo- ¡Mano...!
En ese instante aparece
por el marco de la puerta, trae sobre su hombro derecho una toalla
grande de color marrón y en la mano derecha una gran cuerda blanca.
Tiene el semblante serio. Deja la cuerda en la mesa y coge la toalla
entre sus dos manos, la abre y la sacude y la extiende sobre la
jaula.
- Hace mucho calor
Pepe, es mejor que te protejas del sol.
Ahora está todo oscuro.
Un pequeño rayo de sol entra por un agujero de la toalla. Acierto a
encajar mi ojo con el agujero y vuelvo a tener visión del jardín.
Me maravilla el verdor de las plantas, el cantar de los pájaros, el
blanco de las paredes cuando les da el sol directamente. Estoy
inmerso en tal belleza. De pronto escucho un quejido y un gran golpe.
Hago un barrido con mi ojo para ver si acierto a ver que ha sido pero
no veo nada. Vuelvo mi mirada al punto de origen y allí lo veo. Es
Manolo, mi viejo amigo.
- ¡Manolo!
¡Manolo...!
Manolo no contesta. Tiene
la cara morada, los ojos saltados y la cuerda blanca alrededor de su
cuello. Por unas horas no entiendo que es lo que ocurre ¿qué está
haciendo Manolo? Le observo y veo que no se mueve, que el gesto de su
cara no cambia, no me habla, no respira... Un instante después me
doy cuenta... ¡Manolo me ha dejado! Y sus últimas palabras fueron
la forma más cobarde de decirme adiós.
Por Orgav (Todos los derechos reservados)
Relato dedicado a la soledad que sufren muchas personas mayores.
ResponderEliminarIntento expresar el sufrimiento que genera en las personas el estar sólo y hacer llegar al lector la impotencia que les genera la vida.
" No a la soledad de las personas mayores"